José Carlos Botto Cayo
Pucallpa, capital de la región Ucayali, no es solo una ciudad ubicada al este del Perú: es un enclave amazónico que respira historia, biodiversidad y cultura viva. Su nombre en quechua, que significa «tierra colorada», remite a sus orígenes ancestrales y a la fusión entre lo natural y lo humano que define su identidad. Quien se adentra en Pucallpa no solo descubre paisajes de exuberante belleza, sino también comunidades que han sabido preservar sus costumbres en diálogo con el entorno selvático.
Este destino se ha convertido en uno de los polos turísticos emergentes más importantes del oriente peruano, gracias a su cercanía con la selva virgen, su tradición artística y su gastronomía singular. Pucallpa conjuga la experiencia de aventura con una inmersión espiritual, tanto para quienes buscan conexión con la naturaleza como para quienes desean comprender los símbolos culturales de los pueblos amazónicos. A través de sus rutas, ríos, cataratas, lagunas y festividades, la ciudad muestra una dimensión del Perú que aún conserva su voz primigenia.
Naturaleza viva y ecosistemas prodigiosos
La Laguna Yarinacocha es quizás el rostro más reconocible del turismo pucallpino. Este cuerpo de agua serpenteante, originado por un antiguo meandro del río Ucayali, es hogar de aves exóticas, peces de agua dulce y comunidades indígenas como los shipibo-konibo, que aún transmiten saberes ancestrales en sus bordados y cantos rituales. Los paseos en bote por esta laguna permiten una vivencia sensorial que escapa a lo cotidiano, inmersa en sonidos, colores y silencios que renuevan el espíritu.
Otro enclave imprescindible es el Parque Natural de Pucallpa, situado a pocos kilómetros del centro urbano. Con más de 28 hectáreas, este espacio protegido alberga especies representativas de la fauna amazónica, como el jaguar, el sajino y el guacamayo rojo. Aquí también se encuentra el Museo Regional de Ucayali, donde se exhiben objetos culturales y paleontológicos que contextualizan la historia de la región. Es un punto de encuentro entre el conocimiento científico y la tradición oral.
Las Cataratas de Regalías, por su parte, ofrecen un espectáculo natural menos conocido pero igual de impactante. Rodeadas de bosque húmedo tropical, estas caídas de agua invitan a caminatas por senderos agrestes y a la contemplación profunda de un entorno casi intacto. Acceder a ellas implica esfuerzo físico, pero el premio es una experiencia íntima con el bosque, ideal para quienes buscan desconexión tecnológica y conexión vital.
Finalmente, el Parque Nacional Cordillera Azul extiende su manto sobre parte de la región Ucayali. Esta reserva natural es reconocida por su altísima diversidad biológica y por ser uno de los pulmones verdes más importantes del país. Explorar sus rutas implica ingresar en territorios que aún guardan secretos del pasado y del presente amazónico. Su belleza no está en la facilidad del acceso, sino en la promesa de descubrimiento.
Cultura, mística y espiritualidad amazónica
Uno de los pilares del alma pucallpina es el arte visionario de Pablo Amaringo. Su legado vive en la escuela Usko Ayar, donde decenas de jóvenes continúan desarrollando una pintura que trasciende lo estético y explora los mundos invisibles del espíritu. Las obras están inspiradas en experiencias con plantas medicinales como la ayahuasca, y forman parte de una narrativa espiritual que ha traspasado fronteras.
La Catedral de Pucallpa, ubicada en la Plaza de Armas, representa otro ángulo de la identidad local. Esta edificación moderna, de líneas sencillas pero imponentes, acoge no solo actos litúrgicos, sino también actividades comunitarias y expresiones artísticas vinculadas a la religiosidad popular. Su presencia simboliza la convivencia entre lo católico y lo indígena, lo urbano y lo ancestral.
En las calles de Pucallpa, especialmente durante festividades, es común encontrar danzantes vestidos con trajes coloridos, acompañados por tambores y quenas. Estas manifestaciones culturales no son solo entretenimiento: son memoria viva, expresiones de resistencia que dan sentido al presente a través del recuerdo. La comunidad shipibo-konibo ha sido fundamental en mantener viva esta riqueza, incluso en medio de la urbanización acelerada.
Además, destacan las ferias de artesanía, donde es posible adquirir piezas elaboradas con técnicas milenarias. Cerámicas pintadas, tejidos con motivos geométricos y joyería natural forman parte de este circuito que no solo promueve la economía local, sino también una forma de educación estética sobre el imaginario amazónico. Cada objeto encierra un relato, y cada trazo, un símbolo.
Gastronomía, fiesta y vida cotidiana
La cocina pucallpina refleja la biodiversidad de su territorio. Ingredientes como el paiche, la yuca, el plátano y el ají charapita se combinan para crear sabores únicos que fusionan lo ancestral con lo cotidiano. Platos como el juane de gallina, el tacacho con cecina o el inchicapi de gallina permiten a los visitantes experimentar no solo lo culinario, sino también lo afectivo, pues cada receta es una herencia familiar.
La Fiesta de San Juan, celebrada cada 24 de junio, es la máxima expresión del sincretismo entre lo religioso y lo selvático. Durante esta jornada, los habitantes se bañan en los ríos como símbolo de purificación y disfrutan de platos típicos en compañía de familiares y amigos. El juane, en sus múltiples variantes, se convierte en el emblema comestible de esta festividad.
Otra celebración emblemática son los Carnavales de Pucallpa. En febrero, la ciudad se llena de música, danzas y juegos con agua. El ritual del “corte de la húmisha”, donde se rodea un árbol cargado de regalos hasta que cae, simboliza la fertilidad y la renovación. Estos carnavales son una ventana a la vitalidad cultural de la selva central.
En el día a día, Pucallpa también ofrece actividades que conectan al visitante con su gente. Recorrer el malecón Grau al atardecer, comprar frutas frescas en el mercado municipal o conversar con un artesano a la sombra de un almendro son experiencias que revelan la calidez de una ciudad que, pese a los cambios, mantiene su esencia. La hospitalidad aquí no se actúa: se vive.
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